Ángela Álvarez Sáez
PRESENTACIÓN POESÍA DE VERÓNICA ARANDA
- CAFÉ LIBERTAD 03 / 11 / 2008 -
- CAFÉ LIBERTAD 03 / 11 / 2008 -
Enfrentarse a la poesía de Verónica Aranda es como trepar por un muro donde crecen sin cesar jardines de nombres exuberantes, geografías impregnadas de realismo mágico, o amantes con olor a jazmín y a renuncia. Su poesía nace en un lugar apartado, escondido entre versos como árboles en los que se funde la tradición con las cicatrices del presente. Porque sus poemas son cuadros en los que los sentimientos se perfilan a través de una bruma azul, cuadros en los que atracan barcos que "llegan desde el Mar Rojo", en los que el lenguaje deja "un rastro de coco y de ciruelas". A veces sus poemas tienen reminiscencias de Julio Romero de Torres, otras, en cambio, sorprenden con elefantes, cúpulas, buganvillas o un volcán de siglos y monzones, todo ello captado a través de "las celosías de la luna".
Leer a Verónica significa nadar en un océano donde los tiempos se confunden, donde el lector se encuentra en la misma ciudad que la autora, aunque transitándola en tiempos distintos, porque sus poemas llegaron con el siglo y lo estrenan por el atardecer. En su poesía hay un diálogo constante entre Oriente y Occidente, entre la historia de la humanidad y el “tú” al que tan desesperadamente se aferra la autora en sus poemas, como se tratara de una tabla de salvación. En sus versos podemos sentir la soledad del que aguarda mensajes “llegados en botellas legendarias”. Podemos intuir esa distancia tan inmensa que nos separa a todos, esa distancia en la crecen los dátiles del tiempo, y que se resume en ese verso maravilloso de la autora que dice: “Ayer anochecía en Kathmandú…”
Verónica recrea las ciudades que ha visitado, transformándolas en literatura bajo su mirada de poeta. Ella guarda en su interior una radiografía de cada ciudad que visita. Luego, siguiendo cada uno de los huesos de esa ciudad, cada nervio, cada huella; trepa por su columna vertebral y nos regala una isla en la que se reflejan las marejadas de nuestro interior.
La autora, conjuga perfectamente el ritmo del poema con la descripción interior y exterior del mundo. Sus poemas son como un paseo a las orillas del Ganges, donde los antepasados dialogan con nuestros recuerdos, donde la morena de la copla “tiene un fondo de puñales lanzados al vacío”, donde "la libertad era un tranvía rojo que cruzaba Lisboa", donde la literatura es esa "distancia exacta entre lo milenario y la renuncia".
En definitiva, la poesía de Verónica Aranda tiene “algo de mito griego y de caballos soltados a la Toscana”, tiene un trasfondo de guitarras, de “arrabales donde convergen todos los silencios”. Es, en suma, una poesía íntima, que describe y recrea cada uno de nuestros lugares interiores. Sus poemas son, dicho con palabras de la autora, como barcos “a punto de zarpar a las Antillas”.
Leer a Verónica significa nadar en un océano donde los tiempos se confunden, donde el lector se encuentra en la misma ciudad que la autora, aunque transitándola en tiempos distintos, porque sus poemas llegaron con el siglo y lo estrenan por el atardecer. En su poesía hay un diálogo constante entre Oriente y Occidente, entre la historia de la humanidad y el “tú” al que tan desesperadamente se aferra la autora en sus poemas, como se tratara de una tabla de salvación. En sus versos podemos sentir la soledad del que aguarda mensajes “llegados en botellas legendarias”. Podemos intuir esa distancia tan inmensa que nos separa a todos, esa distancia en la crecen los dátiles del tiempo, y que se resume en ese verso maravilloso de la autora que dice: “Ayer anochecía en Kathmandú…”
Verónica recrea las ciudades que ha visitado, transformándolas en literatura bajo su mirada de poeta. Ella guarda en su interior una radiografía de cada ciudad que visita. Luego, siguiendo cada uno de los huesos de esa ciudad, cada nervio, cada huella; trepa por su columna vertebral y nos regala una isla en la que se reflejan las marejadas de nuestro interior.
La autora, conjuga perfectamente el ritmo del poema con la descripción interior y exterior del mundo. Sus poemas son como un paseo a las orillas del Ganges, donde los antepasados dialogan con nuestros recuerdos, donde la morena de la copla “tiene un fondo de puñales lanzados al vacío”, donde "la libertad era un tranvía rojo que cruzaba Lisboa", donde la literatura es esa "distancia exacta entre lo milenario y la renuncia".
En definitiva, la poesía de Verónica Aranda tiene “algo de mito griego y de caballos soltados a la Toscana”, tiene un trasfondo de guitarras, de “arrabales donde convergen todos los silencios”. Es, en suma, una poesía íntima, que describe y recrea cada uno de nuestros lugares interiores. Sus poemas son, dicho con palabras de la autora, como barcos “a punto de zarpar a las Antillas”.
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