Antes de pasar a presentar el libro "Las versiones del tigre", de Ángela Álvarez, es ineludible que pase por comentar un par de detalles de estos otros libros que he tenido el placer de leer con motivo de esta presentación -me refiero a Espiral y La torre de las tortugas- en los que existe ya un universo propio en el que los sentidos, tanto de quien escribe como de quien recibe sus palabras, se sitúan en un primer plano. Existe ya un lenguaje que busca la imagen directa, que la entrega sin titubeos para que sea vista, oída, tocada, sentida tal cual es:
Antes de las palabras y del tiempo
Cuando el lenguaje era su propio significado
Así, las palabras fluyen como un acto natural, como la respiración o el latido. Como dice en espiral, en un fragmento de “la escritura”:
La vasta biblioteca laboriosa
Y parece alejar los anaqueles;
Fuerte, inocente, ensangrentado y nuevo,
Él irá por su selva y su mañana
Y marcará su rastro en la limosa
Margen de un río cuyo nombre ignora
(en su mundo no hay nombres ni pasado
Ni porvenir, sólo un instante cierto)
Sin buscar, ni mucho menos, la relación entre la autora con cualquier otro u otra autora, no al menos a un nivel comparativo, me gustaría apuntar esta relación como una relación natural: no hay duda que unos libros llaman a otros, y que los que escriben tienen una comunicación entre lo que han leído, visto, sentido, y su propia creación literaria- que es siempre única. Dicho esto, no hay duda que lo escrito está también (además de la relación que pueda existir entre autores dispares) en contacto con el propio acto de nombrar que es, como ya he apuntado, una de las intenciones del Arte poética como tal: en palabras de la autora:
Y sobre todo un juego de imágenes, de símbolos y significados, entre la pura experiencia y la ensoñación. Es más, yo diría que se mantiene permanentemente una puerta abierta entre estos estratos, que se presentan como cuadros, escenas, historias completas, y que a la vez formulan entre todas un dibujo total, una visión total de los personajes o el personaje que encierran sus páginas. El sueño entra y se sale del sueño, pero no hay una delimitación clara entre el lo que es reflejo y lo que es el cuerpo que lo hace posible.
De este modo da comienzo el libro (con estas palabras): Entrando en el sueño.
Una vez en su interior hay también sueños.
Como en El sacrificio, cuando dice:
Mis dedos se podrían enamorar de tus dientes. Esto también lo ha soñado. El brujo se lo dice a la mujer en una jaula con barrotes de agua.
Hay golpes de ironía, como en las Abluciones:
Es necesaria la ablución obsesiva después de haber bebido tanta sangre de cristo.
Hay reencuentros: como el encuentro con la infancia en Los recuerdos:
La mujer comienza a trepar por la enredadera detrás de la niña.
Y hay distancias:
Como en La intolerancia cuando dice:
Aunque uno de los cuerpos esté encima del otro, no se rozan.
Me refiero a pasajes como en la inmortalidad:
El miedo le obliga a cazar ranas y a obsesionarse con la búsqueda. El miedo echa raíces hacia dentro de su ombligo.
Y en El estudioso:
El loco mueve el agua del indígena. El indígena revuelve la biblioteca del estudioso. Es estudioso se vuelve loco. Desaprender.
Donde la tensión entre contrarios termina apuntando hacia el desconcierto y la inutilidad del amontonamiento de la sabiduría- o la saturación.
Por último, aunque bien podría haber empezado por aquí, las diferentes escenas de las que está compuesto el libro, la estructura que nos conduce, podría- o yo lo he visto así- entenderse como una suerte de espiral que pasa en movimiento por imágenes que resultan tremendamente familiares o cercanas- y para las que, sin embargo, no sabríamos qué palabras elegir.
Me encantaría cerrar con una cita, ya que así también se cierra el libro, de una autora Alejandra Pizarnik, que también se buscaba en ese espejo que es la literatura.
“deslumbramiento del día, pájaros amarillos en la mañana. Una mano desata tinieblas, una mano arrastra la cabellera de una ahogada que no cesa de pasar por el espejo. Volver a la memoria del cuerpo, he de volver a mis huesos en duelo, he de comprender lo que dice mi voz.”
Ana García Cejudo
(Nota: la imagen es de Marina R. Vargas)
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